Según analiza, la dificultad para acceder a una vivienda o la precariedad laboral no se trata solo de los efectos de la crisis económica, sino también de un cambio más profundo: el de las expectativas y los valores que definen la adultez.
Desde Karl Mannheim, sabemos que las generaciones se forjan en contextos históricos específicos. Mientras los adultos de hoy crecieron en un tiempo donde la independencia económica era la medida del éxito, sus hijos se enfrentan a un escenario donde esa independencia se volvió mucho más difícil de alcanzar, remarca.
La profesional explica que los años 80 y 90, el modelo de vida adulta seguía un camino previsible: estudiar, conseguir un empleo estable, formar pareja y acceder a la vivienda propia. En cambio, las generaciones nacidas desde los años 90 en adelante avanzan por un terreno más incierto: trabajos temporarios, alquileres imposibles y vínculos que se redefinen.
Luego cita al psicólogo social Jonathan Haidt, quien en “La generación ansiosa” (2024), describe un fenómeno clave para entender este presente: una crianza más protectora, menos contacto con el riesgo y la incertidumbre, y una infancia vivida puertas adentro. A esto se suma una socialización crecientemente mediada por pantallas, con menos experiencias presenciales y, por ende, menos entrenamiento emocional frente a la frustración. El resultado, según Haidt, es una generación que llega a la adultez con menos práctica para manejar la ansiedad que impone la vida real.
Para comprender mejor se refiere al filósofo, sociólogo y ensayista Zygmunt Bauman. Según este autor, en la “modernidad líquida”, como la define , las certezas se evaporan.
Los símbolos clásicos de la madurez -la casa, la pareja, el trabajo estable- se reemplazan por experiencias, dispositivos tecnológicos o viajes. La independencia ya no se mide solo por el lugar donde se vive, sino por la capacidad de adaptarse a un mundo cambiante.
Sin embargo, la “generación ansiosa” no es solo víctima de un contexto hostil, sostiene. También es creadora de nuevas formas de resistencia: prolongar los estudios, compartir gastos, reinventar el trabajo desde lo remoto, construir redes de apoyo más horizontales. En un país de inestabilidad crónica, esas estrategias son también expresiones de inteligencia adaptativa.